Por Fernando Cermelo

Como las didascalias en un texto dramático, las «indicaciones de carácter» son las advertencias que el compositor Erik Satie (Honfleur, 1866 – París, 1925) había elaborado como una especie de lenguaje codificado en sus partituras para comunicarse con los diversos intérpretes de sus obras. Él mismo se hacía llamar fonometrógrafo, alguien que mide y escribe los sonidos. Creía que era mejor esta definición que la más común de «músico»
Las partituras eran una muestra de poesía visual y auditiva: en la línea de la letra, el autor desplegaba una serie de consejos al pianista que no indicaban las dinámicas ni el volumen de la ejecución, pero que sí predisponían al intérprete de ciertos estados de ánimo, tal vez para liberarlo del virtuosismo técnico que las obras exigían. O para sugerir que el verdadero virtuosismo se lograba una vez que el pensamiento y la atención en la técnica se olvidaban. Consejos como «ligero pero decente», o «lacado como un chino», o el lánguido «la mano sobre la cabeza de su alma» tenían como propósito desconcertar al virtuoso, sumergirlo en el mundo de la música que para Satie era también el de la poesía y el de las imágenes, a pesar de que siempre defendió la independencia mutua del lenguaje literario y la expresión musical.
El libro que recopila la mayoría de estas indicaciones de carácter, junto con libretos de proyectos musicales, se titula Cuadernos de un mamífero y fue editado por El Acantilado en el 2006. Es curioso leer un libro con notas que fueron escritas para no ser leídas. O mejor dicho: leídas pero no declamadas. Si se ordenan las notas de una misma partitura, encontramos pequeños poemas vanguardistas como el siguiente: «Es mi corazón el que así se columpia / No le da vértigo. / Qué pequeños son sus pies. / ¿Querrá volver a mi pecho?» Estas indicaciones debían crear un clima propicio para la ejecución correcta (emocional, intuitivamente correcta) de Sports & Divertissements.
Por supuesto que estas observaciones que el compositor anotaba a sus músicos muchas veces causaban curiosidad y sorpresa y, según cuentan, el mismo Arnold Schoenberg durante un concierto de música francesa en Viena se vio tentado de leerlas en voz alta a su auditorio para mejorar el efecto de la música. Disgustado, y para evitar futuras intromisiones (o infidencias) Satie advirtió: «Prohíbo leer en voz alta el texto durante el transcurso de la ejecución musical. Todo incumplimiento de esta observación levantará mi justa indignación contra el petulante. No se conceden privilegios.»
La edición de Cuadernos de un mamífero y la introducción con una semblanza breve y clara del músico son de Ornella Volta, especialista en la obra de Satie. Organizó también los papeles (notas, cuadernos, comentarios sueltos) que había escrito intermitentemente Satie de manera tal que, a modo de apéndice, podemos leer una Vida y obra de Erik Satie, comentadas por el mismo señor.
Un señor que, él mismo decía, se llamaba Erik Satie, como todo el mundo.






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