Nuestro delicado romance terminó la noche que comentamos el título de una canción. No puedo dejar de ver el lado ridículo del asunto, pero esa noche ella quería llegar al fondo. Y a Estela no le importaba tomar atajos. Yo soy una persona que tiene el fondo demasiado cerca.
Ella es profesora de Lengua. Nos conocimos en el primer año de la carrera. Yo dejé de estudiar por el obstáculo de Gramática, y empecé a trabajar en la Inmobiliaria. Ella, antes de recibirse, ya dictaba clases en varios Institutos. Durante diez meses al año enseña análisis de oraciones, de cuentos, de poemas, de noticias, de artículos, de palabras y todo eso y espera la llegada del verano para dejar de hablar de todo eso. Pero no puede. Los primeros días de vacaciones es una mujer feliz. Después pierde el humor y cuenta los días que le quedan para volver a clases.
Al principio compartíamos libros, música y salidas. Después compartimos cama y música. Ella era tan minuciosa en la elección de los discos y de las canciones como yo descuidado en la atención de cualquier letra y melodía. En la Inmobiliaria, me gusta tener de fondo cualquier FM. Ella decía que oír música mientras se hace otra cosa era tan terrible y peligroso como leer un libro mientras se hace otra cosa.
Le debo a Estela gran parte de mi aprendizaje musical y sexual. Me hizo escuchar los Beatles otra vez (“por primera vez”, dijo ella), me enseñó a interesarme en los pequeños detalles (musicales y sexuales). Me hizo abandonar los prejuicios. Me dijo que no importaban los estilos, sino las canciones, así como en el sexo no importaban tanto las posiciones como otras cosas. Para ejemplificarlo, me hizo escuchar al menos cinco versiones de Norwegian Wood y me hizo probar otras tantas posiciones. Después del sexo, se mezclaban standards de jazz, música étnica y Abba.
Jugábamos a recordar entre los dos una canción. Debíamos comenzar con el título, seguir con el grupo o intérprete y el nombre del disco. Después empezábamos a tararear la melodía. A veces ella se acordaba canciones enteras. Otras veces fragmentos que yo completaba inventando palabras, cambiando el orden de las estrofas. Nos reíamos un poco y nos emocionábamos sin decir nada.
La tarde de un domingo de fin de febrero no fuimos a la playa. Estuvimos todo el día en el departamento. Tampoco jugamos. Hacía calor y la noche se acercaba con antorchas, quiero decir que seguiría caluroso. Decidimos salir al anochecer. Caminamos silenciosos por calles repletas de gente, callados por calles vacías. Ella hablaba poco, y tal vez estaba pensando en algo: pensaba en cómo me diría lo que había estado pensando días enteros. Los motivos nunca se saben. Esa noche yo me sentía como un adolescente: inconciente, confiado, eterno. Hacía bromas que caían en una mueca angustiada de su boca, y veía a Estela más hermosa que nunca.
Nos sentamos en la terraza de un bar. Sobre nosotros, el cielo parecía un pizarrón mal borrado. Decidí comenzar el juego. A los dos nos gustaba la canción “Teach me tonight”. Ella me la había enseñado un jueves a la tarde, mientras escuchábamos el disco L.A. is my lady, de Frank Sinatra, pero me advirtió que tal vez la mejor versión era la de Joe Williams con la orquesta de Count Basie. Aunque no había que despreciar la de Chaka Kan, menos la de Amy Winehouse. Podía imaginarme todas, incluidas las que todavía no se habían hecho, pero esa noche no pensaba en ninguna en particular, sólo quería emborracharme y terminar con Estela en la cama.
Yo miraba las estrellas y ella se volvía lejana. Le dije Enseñame esta noche, con una voz que sonaba más a Samy Davis Jr. que a Sinatra. Tarareaba fragmentos de la canción, olvidando la letra. Ella me miró, y susurrando me preguntó qué buscás que te enseñe. Le dije esta noche, la noche. Me aclaró que la noche no es el objeto de la enseñanza, sino un simple circunstancial. Le dije que las noches se enseñan porque hay gente que no las conocen o las olvidaron y ella insistió en que la noche sólo era el momento de la enseñanza, aunque también podía ser el lugar. Siempre un circunstancial.
Discutí un poco pensando que quería bromear. Después todo se complicó. Ella se puso a llorar. Me recriminó muchas cosas y se fue sola a casa. Yo creía que esa noche podía conocer el secreto de la noche y además, recordar una buena canción. Cuando llegué al departamento ella no estaba, pero en una caja cerca de la puerta había separado mis discos.






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